40 días por la niñez: La dicha de actuar con el Padre y Jesús

40 días por la niñez: La dicha de actuar con el Padre y Jesús

Devocional 4

TEMA: «Bienaventurados ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece» (RVC).

Para Jesús la pobreza delata aquí una situación contraria al querer de Dios, un estado de vida que es fruto de la injusticia. Cuando Jesús declara a estos pobres bienaventurados, no significa que ellos deban sentirse felices por su condición, sino porque esa pobreza que Dios rechaza debe desaparecer con el advenimiento del Reino de Dios, cuya concreción específica es la justicia. Estas palabras de Jesús, aparte de consolar a los pobres, son también un proyecto por realizar. La tarea del seguidor de Jesús consiste en lograr que ese reinado de Dios se convierta en una realidad capaz de producir gozo por la presencia de su justicia en todas sus categorías. La pobreza, o mejor dicho el empobrecimiento, trae varias consecuencias: hambre, lágrimas (símbolo del dolor). Jesús también llama dichosos a los que sufren persecución, pues es el precio de buscar y luchar por la justicia y la equidad. Los discípulos de Jesús actúan en sintonía con la preocupación del Padre y de su Hijo por la justicia.

TEXTO: Lucas 6:17–23 (DHH)

17 Jesús bajó del cerro con ellos y se detuvo en un llano. Se habían juntado allí muchos de sus seguidores y mucha gente de toda la región de Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón. 18 Habían llegado para oír a Jesús y para que los curara de sus enfermedades. Los que sufrían a causa de espíritus impuros, también quedaban sanos. 19 Así que toda la gente quería tocar a Jesús, porque los sanaba a todos con el poder que de él salía. 20 Jesús miró a sus discípulos, y les dijo: «Dichosos ustedes los pobres, pues de ustedes es el reino de Dios. 21» Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, pues quedarán satisfechos.» Dichosos ustedes los que ahora lloran, pues después reirán. 22» Dichosos ustedes cuando la gente los odie, cuando los expulsen, cuando los insulten y cuando desprecien su nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre. 23 Alégrense mucho, llénense de gozo en ese día, porque ustedes recibirán un gran premio en el cielo; pues también así maltrataron los antepasados de esa gente a los profetas.

MEDITACIÓN:

Pobreza, hambre, sufrimiento, persecución. ¡Qué palabras tan terribles! Y, sin embargo, estos términos los utiliza Jesús para caracterizar a sus seguidores y animarlos con una promesa de felicidad para ellos. Felicidad que resulta del sufrimiento. ¡Qué contradicción! Imaginemos un culto en una iglesia en el que, en pleno sermón, el predicador empieza a advertir a la audiencia que si pretenden congregarse allí deben estar dispuestos a ser pobres, a padecer hambre, a sufrir y a ser vituperados. ¿Cómo lo tomaría la congregación?, ¿qué tipo de gente estaría dispuesta a congregarse en esa iglesia? De seguro muchos se escandalizarían y dejarían de asistir. ¿Te unirías a una iglesia con ese perfil? Pero bien alcanzamos a intuir que el Maestro reservaba aún una enseñanza más profunda sobre el vínculo entre la felicidad y el sufrimiento. Allí se encuentra él, como siempre, en medio de una multitud que le demanda acciones, que le suplica ayuda, tal como acostumbramos la mayoría en nuestras congregaciones. Y, sin embargo, él alza sus ojos para fijarlos exclusivamente en sus seguidores, en aquellos que él estima como discípulos, para lanzarles una incomprensible promesa de felicidad para ellos. No se trata, entonces, de cualquier sufrimiento, sino del sufrimiento por ser discípulo. Tampoco se trata de cualquier felicidad, sino de la felicidad por ser seguidor, de quien ha entendido que debe conformar su vida a la de su maestro. ¿Por qué se dirige solo a estos?, ¿acaso porque solo a ellos consideraba capaces de comprender su lógica?, ¿o porque las multitudes que esperaban de él palabras reconfortantes, exorcismos y sanaciones no resistirían aquella palabra? Entonces debemos recordar la práctica y las enseñanzas de Jesús sobre lo que significa la vivencia del Reino. Los cristianos, no somos bienaventurados por padecer hambre, por llorar, por sufrir o por ser perseguidos. Somos bienaventurados porque, en nuestra lucha contra la pobreza, nos proponemos dejar de enriquecernos; porque, en nuestro afán por saciar al hambriento, olvidamos que teníamos hambre; porque, con el fin de hacer reír, hemos aprendido a llorar ; porque, por nuestra denuncia profética de las injusticias de la sociedad y de nuestras instituciones religiosas, nos han perseguido. Es conveniente captar la diferencia de causas. ¿Y de dónde nace la felicidad del discípulo? ¿Somos felices porque en algún glorioso momento recibiremos de Dios consolación y la justa recompensa por nuestras obras? ¿O quizá porque también experimentamos la felicidad al sacrificarnos para ayudar y generar esperanza en los demás? Nuestra repuesta a estas preguntas quizá sea el mejor parámetro para medir si sintonizamos en verdad con el Padre y con Jesús

ORACIÓN:

¡Oh Señor!, moldéame para convertirme en un discípulo digno de ti, en un verdadero obrero en la construcción de tu Reino, un discípulo capaz de experimentar la felicidad de servirte pese a las adversidades. Amén. Autor: Alejandro Rivas, Perú.