Diego es un hombre de 34 años que se constituye en un ejemplo a seguir. Con su vida enseña a no quejarse por muy difícil y complicada que sea la condición que se tenga o en la que se viva. Él tiene una discapacidad física motora, que le impide de forma permanente e irreversible moverse con la plena funcionalidad de su sistema locomotor. Diego tiene un diagnóstico de paraplejía músculo esquelético moderado que le paraliza la mitad inferior de su cuerpo; acompañado de un funcionamiento intelectual inferior al promedio que incide en su lenguaje y capacidad de comunicación.
Como resultado de varias complicaciones durante su nacimiento y sus primeros años de vida presenta dolor y temblor en piernas y brazos. Con frecuencia, también, le duele la espalda y el cuello.
Generalmente está bien normal, pero en este tiempo tiene leves episodios de agresividad, y se deprime un poco. El piensa que está afectado ya que para estar bien necesita a la gente porque el aislamiento lo afecta.
“En medio de este COVID-19 las cosas se agravan, todo se complicó y la necesidad es más grande,” dice Diego. “En los últimos días he estado triste, por el COVID-19, me siento confinado, no puedo ir a la iglesia a darle las gracias a Dios, a cantarle, a pedirle un trabajo para mí y otro para mi mamá, ver a los hermanos, compartir, saludarlos, preguntarles cómo están, comer, desestresarme, hallar paz y aprender a leer.”
Diego nunca pudo estudiar, así que no lee, le pidió a una de las maestras de los niños, en la iglesia, que lo enseñe.
Extraña la comida de los domingos en la iglesia. “¡Allí siempre me toman en cuenta!” dice Diego.
El Centro Cristiano de los Teques, como forma de ayuda a los más vulnerables ha establecido una serie de programas y comedores en asociación con World Vision a través de los cuales se han favorecido cientos de niños y adultos. También la iglesia cuenta con sus propios programas de ayuda, a esto se refiere Diego cuando habla del almuerzo de los domingos.
Su pueblito rural dista 8 kms de la ciudad de Los Teques en estado Miranda. Allí en lo alto de un cerro subiendo por un camino polvoriento, pedregoso y lleno de baches, en una invasión está el destartalado rancho, de paredes de tabla, techos de zinc, pisos de tierra y cemento; hogar de esta humilde familia.
Allí, con múltiples necesidades vive Diego con su madre Ligia Garzón, de 54 años, y su hermano Miguel Rodríguez, de 24 años.
Lamentablemente Diego y su familia faltan recursos y un terreno propio. Asi que se encuentran como victimas de personas inescrupulosas valiéndose de la necesidad sentida de los desposeídos para comercializar los terrenos en donde viven.
Las precarias condiciones de vida son agravadas ya que solo Miguel combina su estudio con el trabajo para lograr algo de ingresos para sustentar a los suyos. Alcanza para muy poco. Solo pueden comer arepas, arroz, granos, fororo (harina de maíz tostado) y alguna vez pescado (sardinas).
La evaluación de seguridad alimentaria (Feb. 2020) del Programa Mundial de alimentos (PMA) estima que uno de cada tres Venezolanos (32,3%) tiene inseguridad alimentaria y necesita asistencia. Así mismo concluye que la falta de diversidad alimentaria es muy preocupante, por la ingesta nutricional inadecuada. Diego y su familia son uno más de estos venezolanos.
Diego se queda en casa acompañando a su mamá. Ocupa su tiempo durmiendo, viendo televisión y ayudando en lo que puede. Él no se da por vencido, no se deja dominar por su discapacidad. Busca la manera de ayudar con los oficios de la casa.
”Ayudo en la cocina, lavo peroles, y ropa,” dice Diego.
“Y si hay una actividad especial, ayuda con esmero,” dice su mamá.
Él es muy diligente por encima de los inconvenientes de movilidad que le afectan trata de ayudar, no se quiere rendir. Sigue adelante por encima de lo que vive.
Es impresionante ver a este joven desplazarse de un lugar a otro. Cada Domingo se levanta temprano, le agradece a Dios, y se prepara para ir a la iglesia. Le gusta congregarse. Acompañado de su madre, de su hermano y algunos vecinos, se desplaza, apoyado en su andadera, media hora por el camino polvoriento y accidentado hasta llegar a la carretera pavimentada. Por ella camina una hora hasta la parada del transporte público que le llevará cerca del local del Centro Cristiano de los Teques.
“El regreso suele ser más fuerte,” dice su hermano Miguel. “Podemos demorarnos hasta tres horas en llegar a casa, pero él no se rinde.”
Él es sociable y amistoso. Le gusta saludar a la gente y visitar a sus vecinos. Siempre atento para recibir una llamada y atender con agrado y humildad a quien lo necesite. Por encima de su dificultad para comunicarse, le gusta hablar con su mamá de Dios, las personas, la fe, la paciencia, la familia, la vida, las enfermedades, la injusticia, y de las novelas de la tele.
Como cualquiera tiene sueños. Anhela trabajar, tener una casita decente, conocer al resto de la familia, viajar, ir a la playa.
“Me gustaría hacer deporte o alguna actividad física pero no puedo porque las piernas no me dejan,” dice Diego.
Por lo difícil de la situación, Diego vive momentos donde siente tristeza y desánimo, y el deseo de seguir adelante decae. Pero pronto se levanta diciéndose a sí mismo, “yo creo, yo puedo y lo lograre.” Y busca razones para seguir viviendo a pesar de lo que se pueda presentar.
En medio de este tiempo de angustia llega un día de paz. Diego recibe una llamada, que le llena de alegría, en ella le informan que ha sido seleccionado por el Centro Cristiano de los Teques en asociación con World Visión para participar en su programa de cash transfer. Esta información llenó a la familia de mucha emoción, de alivio, en medio de tantas penurias experimentaron un respiro.
Este es un día donde las caras tristes cambiaron a felices. La preocupación a paz. La desesperación a esperanza. El miedo de no saber que comerán mañana por un plan para comprar algo que hace días no consumen.
“Tengo mucha alegría, emoción,” dice Diego. “Ahora podemos comprar comida. Los que me ayudaron estarán siempre en mi corazón.”
Con mucha emoción da las gracias a World Vision y al Centro Cristiano de los Teques, como socio de esta organización, diciendo, “Gracias por la ayuda y las puertas que abrieron para mí y mi familia.”
Son Muchas las experiencias que se pueden vivir con estos programas tan ejemplares, enseñan que no hay límites, ni pretextos en la vida que impidan seguir adelante y ser felices tal como somos, por lo que tenemos, y por lo que no falta y por todo aquello que nos presenta la vida.