Fernanda despierta cada día con la incertidumbre pegada al pecho, pero sin permitir que el
miedo la detenga. Es madre, esposa y vendedora ambulante en la zona Fronteriza entre
República Dominicana y Haití, donde la falta de empleo y oportunidades ahogan a muchos.
Con su carretilla llena de ropa de segunda mano, recorre las calles bajo el sol abrasador con la esperanza de vender lo suficiente para llevar alimento a su hogar.
Algunos días son buenos, pero en su mayoría, vuelve a casa con los bolsillos casi vacíos, sin
haber conseguido siquiera para una botella de agua. Sin embargo, no se permite el lujo de rendirse. Sabe que su familia depende de su esfuerzo.
Su esposo solo consigue trabajo en tiempos de zafra, cuando la cosecha de arroz le permite
proveer momentáneamente. Pero fuera de esa temporada, la vida se vuelve aún más cuesta arriba. La escasez aprieta, le necesidad se presenta.
Fernanda es consciente de su realidad. No niega que hay días duros, pero los acepta con la
esperanza de que vendrán tiempos mejores. Mientras sus 4 hijos estudian, ella empuja su
carretilla con la determinación de quien sabe que no puede detenerse. Sueña con un pequeño establecimiento propio, con ver a sus hijos crecer sanos, con valores, con oportunidades que
a ella le fueron negadas.
Cada paso que da es un acto de resistencia, cada venta una pequeña victoria. Su carretilla no solo lleva ropa; carga también su esperanza, su lucha y el amor inmenso por su familia, que la mantiene de pie.